ROMA, 11 octubre 2003 (ZENIT.org).-Al principio de su pontificado, Juan Pablo II hizo frente al inflexible enemigo del comunismo. Ahora, en la víspera de su 25 aniversario como Papa, la Iglesia está todavía haciendo frente a la hostilidad de los poderes seculares que esta vez está en Occidente.
En Venezuela, las tensas relaciones entre los obispos católicos y el presidente Hugo Chávez han ido a peor, con el rebelde populista reconvertido en líder atacando públicamente a la Iglesia. En Cuba, los católicos todavía hacen frente a la persecución, como se ha visto recientemente con la decisión de prohibir las biblias a los presos. En la Unión Europea, el Papa mismo ha hecho numerosas súplicas, hasta ahora rechazadas, para que se reconozca constitucionalmente el papel del cristianismo en la historia del continente.
En los Estados Unidos, la campaña electoral en California ha proporcionado material para el conflicto. El gobernador saliente, Gray Davis, firmó una andanada de decretos, entre ellos la aprobación de la investigación de células madre usando embriones humanos. En la ceremonia de la firma, informaba Reuters el 24 de septiembre, Davis lanzó un desafío declarando: «No voy a considerar ninguna oposición religiosa o política que quebrante el poder mejorar las vidas de las personas».
Dos de los candidatos que se han presentado para gobernador –el actor Arnold Schwarzenegger, vencedor de las elecciones, y el teniente de Gobernador Cruz Bustamante– son católicos aunque se presentan a sí mismos como partidarios del aborto. Este es también el caso del general retirado Wesley Clark, candidato a las próximas elecciones presidenciales por el Partido Demócrata. Considerando la posición de Schwarzenegger y Clark, United Press International observaba el 30 de septiembre: «Ambos caballeros favorecen lo que su Iglesia llama un ‘abominable crimen’ cuyos autores incurren automáticamente en excomunión». Davis también es católico, aunque es uno de los funcionarios más pro abortistas de la nación.
La situación es parecida en Canadá. Shawn McCarthy, jefe de la oficina de Ottawa del Globe and Mail, escribía un comentario el pasado 3 de mayo sobre los políticos canadienses y el debate sobre matrimonios del mismo sexo. Observaba que Paul Martin, que en aquel momento recorría Canadá en su exitosa campaña para ganar el voto del partido para suceder al actual primer ministro, Jean Chrétien, tuvo cuidado de no perderse la misa del domingo. «Pero a pesar de esta estricta observancia del catolicismo, el señor Martin no da virtualmente ninguna prueba pública de su fe a la hora de hacer campaña para convertirse en el 22º primer ministro canadiense, observaba McCarthy.
En una entrevista, Martin explicaba que él cree que un político debe ser capaz de separar sus convicciones religiosas de la política pública. Martin afirmaba que aunque a él no le gusta el aborto, defiende «un derecho de la mujer a elegir».
El primer ministro Chrétien, también católico declarado, está firmemente por la elección en el aborto. También está apoyando con firmeza la legislación que permita el matrimonio del mismo sexo y la investigación con células madre de embriones humanos.
No ser juzgados
En Escocia, la Iglesia católica se muestra crítica sobre cómo los políticos tratan algunos temas. En el desarrollo de las elecciones locales a inicios de año, siete miembros de la conferencia episcopal firmaron una carta diciendo que los católicos debían considerar de qué manera cada partido trata temas tales como los colegios confesionales, el aborto y la anticoncepción.
En el documento, publicado el 16 de abril por la oficina de medios católica escocesa, los obispos declaran que votar «debería hacerse de acuerdo a la propia conciencia formada por las enseñanzas de la Iglesia».
Explicaban que no es tarea de la Iglesia católica proponer una ideología o manifiesto político particular. Pero añadían: «La Iglesia presenta sin embargo los valores y principios transcendentales, que proporcionan los criterios para evaluar las opciones políticas particulares».
El obispo de Mortherwell en Escocia, Mons. Joseph Devine, volvió a plantear el debate con un artículo publicado el 28 de septiembre en el Sunday Times. Las autoridades públicas exhortan continuamente a los ciudadanos a que eviten el racismo, conduzcan con seguridad, y se preocupen de su salud. «Si el estado es feliz moralizando sobre algunos temas, ¿por qué no los demás?», preguntaba.
El estado pone en funcionamiento campañas contra el tabaco y el conducir en estado de ebriedad dado el alto coste social de estos comportamientos. «¿Por qué, entonces, los nuestros cuando hacen política tienen miedo de traspasar mensajes similares en campañas sobre drogas y salud sexual?, escribía el obispo. «¿Por qué, por el contrario, hacen todo lo posible para no emitir un juicio?».
Advertía: «El no poner estos temas en un contexto moral puede conducir a un comportamiento libre para todo, creando un vacío moral en el que muchos, especialmente la gente joven impresionable, anhelen la dirección y las verdades absolutas únicamente para recibir tópicos y un parecido arsenal sin fin de opciones».
El porqué de la libertad
Juan Pablo II ha siempre puesto gran atención al papel de la religión en la esfera pública, alentado por su experiencia al tratar con las autoridades comunistas en Polonia. En su primera encíclica, «Redemptor Hominis», preguntaba si «el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos». (No. 15).
El poder político, explicaba, debería ejercitarse para el bien común de la sociedad y dentro del contexto del «orden objetivo ético» (No.17). Es un error, observaba el Papa, pensar que «la libertad es fin en sí misma, que todo hombre es libre cuando usa de ella como quiere, que a esto hay que tender en la vida de los individuos y de las sociedades. La libertad en cambio es un don grande sólo cuando sabemos usarla responsablemente para todo lo que es el verdadero bien» (No. 21).
Juan Pablo II ha vuelto en repetidas ocasiones sobre estos temas sociales y políticos, en tres encíclicas sociales, numerosas intervenciones sobre cuestiones bioéticas, y frecuentes comentarios sobre las Naciones Unidas y la guerra y la paz. En años recientes, ha reflexionado cada vez más sobre el papel de los políticos cristianos.
En una carta apostólica del 31 de octubre del 2000, nombró a Santo Tomás Moro patrono de los políticos. «Su vida nos enseña que el gobierno es sobre todo un servicio de virtud», escribía el Papa. «Lo que iluminaba su conciencia era el sentido de que el hombre no puede desconectarse de Dios, ni la política de la moralidad».
Algunos días más tarde, en su alocución a los líderes políticos reunidos en Roma como parte de las celebraciones del año jubilar, Juan Pablo II decía: «Los cristianos que se dedican a la política – y quienes desean hacerlo como cristianos- deben actuar desinteresadamente, sin buscar su propia ventaja, o la de su grupo o partido, sino el bien de cada uno y de todos».
Al tratar el tema del desarrollo de las leyes, el Papa les exhortaba a «respetar y promover siempre a las personas humanas – en toda la variedad de sus necesidades espirituales, materiales, personales, familiares y sociales». Mencionaba específicamente la importancia de proteger la vida y la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
«Ciertamente en la sociedad pluralista de hoy los legisladores cristianos se enfrentan a ideas de vida y a leyes y peticiones de legalización que van contra su propia con
ciencia», observaba el Papa. Les exhortaba entonces a que testimoniaran su propia fe.
El pasado 14 de noviembre, Juan Pablo II visitaba el parlamento italiano. Recordaba a los políticos sus palabras en «Centessimus Annus» (No. 46) de que «una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o finamente disfrazado». También les urgía a defender la vida humana y la familia.
Desde entonces, con la aprobación del Papa, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado dos documentos orientando a los políticos sobre cómo compaginar sus deberes públicos con los principios cristianos. El primero, en enero, trataba de orientaciones generales. El segundo, en julio, dirigido al tema del reconocimiento de las uniones del mismo sexo. Entre los muchos legados de este pontificado está una Iglesia que no tiene miedo de recordar a los políticos sus deberes como cristianos.