CIUDAD DEL VATICANO, 20 octubre 2003 (ZENIT.org).- En una síntesis de «contemplación y acción», la Madre Teresa de Calcuta proclamó el Evangelio «con su vida entregada por entero a los pobres», recordando a todos que la «misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad».
Así resumió Juan Pablo II este domingo la obra de la fundadora de las Misioneras de la Caridad, fallecida en Calcuta en 1997, a quien no dudó en calificar como «una de las personalidades más relevantes de nuestra época» tras inscribirla en el Catálogo de los Beatos.
Tres acontecimientos han acompañado la beatificación de la Madre Teresa este domingo, tal como subrayó el Papa: la Jornada Misionera Mundial, la conclusión del Año del Rosario y el XXV aniversario de su pontificado.
El arzobispo argentino Leonardo Sandri, sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano, y el arzobispo de Bombay, cardenal Ivan Dias, leyeron el texto de la homilía del Papa, quien sin ocultar su gozo presidió la Eucaristía de Beatificación de la «verdadera sierva de los pobres».
Ni conflictos ni guerras lograron detener a la Beata Teresa de Calcuta, quien decidió recorrer «el camino que Cristo mismo recorrió hasta la Cruz», «un itinerario que va contra toda lógica humana. ¡Ser el siervo de todos!», constató el Papa.
«Imagen del Buen Samaritano», la Madre Teresa «se acercaba a cualquier lugar para servir a Cristo en los más pobres entre los pobres». «Estoy personalmente agradecido a esta valerosa mujer, a quien siempre he sentido cerca de mí», reconoció el Santo Padre.
«¿No es significativo que su beatificación tenga lugar precisamente en el día en que la Iglesia celebra la Jornada Misionera Mundial? –preguntó--. Con el testimonio de su vida, la Madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada en la oración y en la escucha de la palabra de Dios».
Esta figura para toda la Iglesia «vivió las más nobles cualidades de la feminidad» «en total donación de sí misma», reconoció el Papa. «Su grandeza reside en su capacidad de dar sin importar el coste, dar «hasta que duela»», añadió.
El Papa recordó el secreto de esta entrega: fue «el grito de Jesús en la cruz, «Tengo sed» (Jn 19, 28), expresando la profundidad del deseo de Dios por el hombre», lo que penetró el alma de la Madre Teresa. Desde entonces, «saciar la sed de amor y de almas de Jesús» se convirtió en el objetivo de su existencia.
En la base de su servicio a los pobres estaba la convicción de que «al tocar los cuerpos rotos de los pobres ella estaba tocando el cuerpo de Cristo» --«A mí me lo hicisteis» (Mt 25, 49)--, subrayó.
«Quiso ser un signo «del amor de Dios, de la presencia de Dios, de la compasión de Dios» --añadió el Santo Padre-- y así recordó a todos el valor y la dignidad de cada hijo de Dios, «creado para amar y ser amado»».
Con grandes aplausos los 300.000 fieles presentes en la ceremonia acogieron las palabras de la nueva Beata al recibir el premio Nobel de la Paz, y que quiso recordar este domingo el Papa: «Si oís que alguna mujer no quiere tener a su hijo y desea abortar, intentad convencerla para que me traiga a ese niño. Yo lo amaré, viendo en él el signo del amor de Dios» (Oslo, 10 de diciembre de 1979).
«Nuestra admiración a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y sigamos su ejemplo», exhortó finalmente Juan Pablo II.
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Oct 20, 2003 00:00