LA HABANA, martes 3 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El cardenal arzobispo de La Habana Jaime Ortega invitó a los fieles a participar en la Santa Misa que, con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, presidió el nuncio apostólico Angelo Becciu, en la catedral de La Habana, el domingo a las seis de la tarde.
Funcionarios del gobierno de Raúl Castro asistieron a la misa, poco antes de que la televisión estatal retransmitiera en diferido la ceremonia emitida desde la televisión vaticana.
El secretario del Consejo de Estado, Homero Acosta, el vicecanciller Dagoberto Rodríguez y Carlos Samper, de la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista de Cuba asistieron a la celebración litúrgica.
Ante medio millar de fieles, que llenaron la catedral, el nuncio apostólico Angelo Becciu aseguró que Juan Pablo II fue “un amigo de Cuba, sabemos con qué interés y amor sentía la vida de este país”.
El papa Wojtyla, el único pontífice que ha visitado la Isla caribeña en toda su historia, marcó un hito en su viaje apostólico a Cuba, del 21 al 25 de enero de 1998, al estrechar la mano a Fidel Castro y reconvenir públicamente al ministro y sacerdote poeta Ernesto Cardenal, por ejercer un cargo político sin permiso vaticano. Imágenes que dieron la vuelta al mundo, marcando un antes y un después en las relaciones del país comunista con el resto del mundo.
La visita logró distender las tensiones de medio siglo entre el gobierno comunista de Fidel Castro y la Iglesia local, así como estrechar relaciones entre la Santa Sede y La Habana.
La frase más repetida, pronunciada aquí por Juan Pablo II – calificado oficialmente como “mensajero de la verdad y la esperanza” – fue que “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”. Una frase que derribó años de aislamiento y abrió la puerta a un progresivo deshielo del último bastión de la guerra fría.
En un reciente libro, el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Tarcisio Bertone, afirma que Juan Pablo II “estimaba que había sido una visita muy positiva, sobre todo por el entusiasmo del pueblo, que vivió momentos de libertad gracias a ella”.
El Papa “me confesó que probablemente ningún jefe de Estado se había preparado tan a fondo para su visita” como Fidel Castro, quien “había leído las encíclicas y los principales discursos e incluso algunas poesías”, afirmó Bertone.
“Sin duda, podemos decir que su visita constituyó un acontecimiento trascendental en la historia de esta nación y de la Iglesia”, afirmó por su parte el nuncio en Cuba.
Monseñor Becciu agradeció al gobierno cubano que hubiera querido enviar una delegación oficial a la celebración, manifestando de esta manera “su complacencia por el evento y por las buenas relaciones con la Santa Sede”.
Una cadena estatal retransmitió íntegramente la ceremonia del Vaticano en forma diferida a partir de las 20,30 hora local.
Los católicos de toda la Isla celebraron por todo lo alto la beatificación de Juan Pablo II mientras que en todas las iglesias de La Habana repicaron campanas por disposición del cardenal arzobispo Jaime Ortega, que fue creado cardenal por Juan Pablo II el 26 de noviembre de 1994.
El cardenal Ortega solicitó a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos que participaran en la misa en la catedral y que repicaran las campanas el domingo en todas las parroquias, capillas e iglesias a las cuatro de la tarde (hora local), según un mensaje enviado a los fieles de su archidiócesis.
El purpurado cubano, quien en 2010 abrió un inusitado diálogo con el presidente Raúl Castro, estuvo presente en la ceremonia de beatificación en la plaza de San Pedro de Roma, ceremonia a la que también asistió una delegación del gobierno cubano. La delegación gubernamental estuvo encabezada por Caridad Diego, jefa de oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista.
Los medios cubanos e internacionales recuerdan en estos días la trascendencia para las relaciones internacionales que tuvo la visita de Juan Pablo II a Cuba, y también entre la Iglesia y el Estado cubano, cuyas relaciones llegaron a su más bajo nivel en los años 60.
Actualmente, el diálogo iniciado a raíz de la excarcelación de centenares de presos de conciencia y su salida del país, acompañados por sus familiares, marca el mejor momento en las relaciones Iglesia-Estado en Cuba.