FRIBURGO, martes 10 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A diez años de distancia de la firma de la Charta Oecumenica (que tuvo lugar Estrasburgo el 22 de abril de 2001), el compromiso con el diálogo y la colaboración pata anunciar juntos el Evangelio sigue siendo actual, a pesar de las dificultades.

Así lo han declarado el presidente de la Federación de las Iglesias protestantes suizas (FEPS) Gottfried Locher y el presidente de la Conferencia Episcopal suiza (CES) monseñor Norbert Brunner, con ocasión del aniversario, celebrado ayer lunes, en Friburgo, por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y la Conferencia de las Iglesias Europeas (KEK).

“La FEPS toma en serio este compromiso, porque las Iglesias que anuncian juntas la Buena Noticia son más creíbles”, afirmó Locher – informa Radio Vaticano –, subrayando la necesidad de salir al encuentro unos de otros si asustarse por las inevitables resistencias.

“Los numerosos compromisos de la Charta Oecumenica deben ser algo más que palabras bonitas – afirmó –. La unidad visible no crece tanto a través de las estructuras exteriores, sino más bien a través de la fuerza de la fe interior de nuestras Iglesias”.

Del mismo tono – refiere un comunicado conjunto – es la opinión de monseñor Norbert Brunner. Refiriéndose a las actuales dificultades en el camino ecuménico, el presidente de la CES subrayó que “la Charta Oecumenica justamente no considera el diálogo y la colaboración como un fin en sí mismas, sino como la condición para alcanzar el verdadero objetivo del movimiento ecuménico: el de reunir a la humanidad en la única Iglesia de Jesús”.

Locher, por su parte, subrayó la importancia de que el movimiento ecuménico parta desde abajo: “Veo con alegría parroquias en las que la Charta es vivida y parte integrante de la concepción misma de la Iglesia. Esta era la intención y la esperanza del acuerdo concluido hace diez años”.

En Suiza, la Charta Oecumenica, que no tiene carácter dogmático-magisterial o jurídico-eclesial alguno, sigue siendo uno de los principales documentos ecuménicos de la última década. Los miembros de la comunidad de trabajo de las Iglesias cristianas suizas lo firmó en 2005.

La Charta Oecumenica es un proceso en continua construcción que ya ha marcado, de una u otra forma, el camino ecuménico de varias comunidades eclesiales en Europa, como atestiguan las numerosas traducciones (más de treinta, del árabe al castellano y del griego al esperanto) y las decenas de iglesias, comunidades, asociaciones y movimientos eclesiales que la han firmado.

La penetración de la Charta Oecumenica en el tejido institucional eclesial y social europeo es tal que se la encuentra citada incluso en documentos de instituciones laicas, como atestigua su frecuente invocación por parte de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.

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Para leer la noticia de ZENIT sobre la firma de la Charta Oecumenica, hace diez años: www.zenit.org/article-2411?l=spanish.

El difícil arte del diálogo

Por monseñor Juan del Río Martín*

MADRID, martes 10 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Van para cincuenta años que el Papa Pablo VI  en su Carta Encíclica, Ecclesiam suam  (Roma 1964) afirmaba: “la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra: la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (nº 67). No es algo que se ha quedado anticuado, sino que es una exigencia de la tarea misionera de todos los tiempos. Así, lo entendió el recién beatificado Juan Pablo II poniéndolo de manifiesto con el testimonio de su vida  y de su magisterio.

Benedicto XVI preocupado por el futuro del cristianismo y la inculturación de la fe en los nuevos escenarios de la evangelización, pone “el dedo en la llaga” en una de las notas esenciales para dialogar con los hombres del siglo XXI, a este respecto ha dicho: “sabemos bien que para la gente de hoy el lenguaje de la fe a menudo resulta lejano; sólo puede resultar cercano si en nosotros se transforma en lenguaje de nuestro tiempo” (Disc. 13/5/2005) De ahí, que todas sus enseñanzas tengan la profundidad del sabio y la sencillez del pastor; del padre de familia que sabe sacar “del arca lo nuevo y lo viejo”  (Mt 13,52)  de manera  que pueda llegar al mayor número de personas.

El actual pontífice bien podría ser llamado el “Papa del diálogo”,  ya que no se ha quedado en la mera palabra, sino que ha salido al encuentro de pensadores y divulgadores, de creyentes de otros credos y de aquellos que viven  en la indiferencia religiosa o en el ateísmo. Su corto pontificado está repleto de gestos y signos de diálogo con toda la humanidad. Algunas de sus últimas iniciativas nos hablan  de ello: el “Patio de los Gentiles”, la creación del Pontificio Consejo para la “Nueva Evangelización”, y la próxima Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo de Octubre en Asís.

Todo esto es como consecuencia de que el cristianismo es la religión del diálogo, como dice la carta a los Hebreos: después de hablar Dios  muchas veces y de diversos modos antiguamente (…) en estos días últimos nos ha hablado por medio de su Hijo Jesucristo (He 1,1-2). La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo, que nace de Dios y teje con el hombre un coloquio paciente y amoroso. Por eso mismo, el diálogo pertenece al ser y la misión de la Iglesia y debe caracterizar el oficio ministerial, catequético, pastoral y misionero de todo bautizado. Cuando esto se da tanto con “los de cerca como con los de lejos” es un magnífico indicador de la vitalidad y santificación de la comunidad cristiana.

Ahora bien, en la cultura dominante,  el diálogo  es una palabra “mágica”. Los políticos utilizan este término constantemente; en muchas ocasiones lleva una fuerte carga de ideologización, que es utilizada para neutralizar al adversario.  Pero es evidente que las actitudes de diálogo son vitales en las relaciones familiares, sociales y eclesiales. Por eso es conveniente que aclaremos: ¿Qué es el diálogo? ¿Cuáles son sus propiedades y dimensiones? ¿Es diálogo toda conversación o recepción de información?

El diálogo es la característica esencial de la persona, que es  “espíritu encarnado” y está dotada de razón. Su estructura dialogal le capacita para abrirse a sus semejantes y al mismo Dios. Por ello, podemos definir el diálogo como el acontecimiento relacional que tiene por objeto la comprensión de aquello sobre lo que se conversa,  y de aquel con quien se conversa. Ahora bien, si todo fuera expresión hablada, el diálogo no sería nada. Para que haya coloquio es importante saber “lo que se dice”, “cómo se dice” y “quién lo dice”. Es decir, entran en juego las dimensiones humanas del pensamiento, de la estética y de la ética.

Las características esenciales del verdadero diálogo son: Claridad en lo que se expone. Afabilidad, para evitar los modos violentos o hirientes. Confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor. Prudencia, para tener en cuenta las condiciones psicológicas, sociales y morales del que oye,  procurando adaptarse razonablemente, evitando el ser molesto o incomprensible. Cuando falla alguna de estas propiedades se produce la deformación del diálogo, entonces tenemos lo que se llama diálogo de sordos, diálogo estratégico, simples conversaciones, discusiones, tertulias, etc.

Para ser persona dialogante hace falta una buena dosis de sentido común, naturalidad, humildad y amor a la verdad. Por ello mismo, surgen muchas desconfianzas en el pueblo cuando el poder y los poderosos hablan de diálogo, porque ya se sabe en qué termina todo. El autosuficiente conversará, sostendrá monólogos con mayor o menor sentido pero, al final, revelará el dogmatismo de su pensamiento y la rigidez de sus actuaciones.

Aprendamos el difícil arte del diálogo teniendo como ejemplos a los sucesores de Pedro antes mencionados. Transitar por ese sendero es edificar la “Iglesia de la nueva evangelización”.

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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España