ROMA, martes 3 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- "El presidente Obama al informar de la muerte de Bin Laden hizo una distinción muy saludable: precisó que la guerra no es contra el islam sino contra el terrorismo", explica a ZENIT monseñor Domenico Pompili, portavoz de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI).

El sacerdote ha comentado la muerte del líder de la red terrorista Al Qaeda en una entrevista concedida al margen del seminario de estudio sobre el tema "Palabra y Palabras" organizado por la Acción Católica Italiana este martes.

De este modo, prosiguió "puso en evidencia que es necesario oponerse a la violencia y no a una experiencia religiosa a la que pertenecen millones de personas, con una propia dignidad y que son -como indicado en el Vaticano II- creyentes en Dios como nosotros los cristianos".

"Me parece importante --prosiguió monseñor Pompili-- desconectar este cortocircuito de un choque de civilizaciones, que representa una lectura superficial sobre lo sucedido. En realidad las religiones no son portadoras de violencia pero a veces pueden ser manipuladas por los poderes económicos o políticos".

El punto de equilibrio "lo ha precisado el cardenal Angelo Bagnasco presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI)  cuando recordó que había rezado por Bin Laden y al mismo tiempo por las víctimas del terrorismo".

El presidente de la CEI de hecho mostró "la actitud cristiana que no es el de alegrarse por la muerte de nadie pero de hacer que lo sucedido sea una ocasión de reflexión que tenga presente el contexto en el cual vivimos".

"Sobre los trágicos hechos del terrorismo -prosiguió el portavoz de la CEI- ciertamente la reflexión es que la religión nunca debe ser utilizada como un instrumento de guerra, porque una verdadera experiencia religiosa lleva más bien a tomar los elementos de vecindad y de continuidad. Todo lo que sube converge. Una verdadera religión vuelve posible el encuentro entre los pueblos".

Monseñor Pompili recordó además lo que Benedicto XVI recordó diversas veces y como "la fe no puede estar nunca contra la razón", pero  más bien como de la unión de estas dos dimensiones sea posible dar "un servicio digno del hombre y capaz de lograr superar tantas injusticias existentes en el mundo de hoy".

"La verdad es que el Evangelio es realmente una profecía de la paz" y añadió que "hoy delante de las enormes potencialidades destructivas de la que el hombre es capaz existe verdaderamente una emergencia de la paz".

Sobre el riesgo de generalización y simplificación entre islam y violencia precisó: "A la luz de lo que conozco sobre nuestra religión tengo que decir que muchas veces no es la religión sino las interpretaciones que se dan de la misma" lo que suscita problemas.

"Muchas veces -prosiguió- bajo la presión de  directos intereses políticos y económicos se induce a una lectura más bien que a otra" y por lo tanto "el Señor de los Ejércitos, de testamentaria memoria puede ser entendido como un sello de su grandeza o en cambio interpretado instrumentalmente en sentido político o militar. Obviamente es la inteligencia y la responsabilidad de cada uno hacer una lectura apropiada".



El mes de María y el doctorado del Maestro Ávila

Por monseñor Juan del Río Martín*

MADRID, martes 3 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- “Mayo florido” es un tiempo dedicado a la devoción, espiritualidad y culto a la Virgen María. Este año se ha abierto con la Beatificación de un Papa mariano como lo fue Juan Pablo II, el “Magno”. En estos días, los sacerdotes de España celebran su patrón: San Juan de Ávila, presbítero manchego que fue un eminente predicador, reformador y teólogo que ejerció su ministerio en la Andalucía del siglo XVI.

Aunque lejano en la historia es de máxima actualidad por la santidad sacerdotal de su vida y por el rico caudal bíblico, teológico, espiritual y humanístico que nos dejó en herencia y que tan magníficamente recoge la reciente publicación: “Entre todos, Juan de Ávila”, editado por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), bajo la excelente dirección de Dª María Encarnación González Rodríguez, Postuladora de la Causa del Doctorado. Ahora, cuando está a punto de finalizar todo el largo proceso para su reconocimiento y proclamación como Doctor Universal de la Iglesia,  evoquemos  algo de su pensamiento sobre la Virgen en este mes de Mayo consagrado a ella.

El Maestro Ávila nace en Almodóvar del Campo en 1500 y muere en Montilla en 1569. Era un sacerdote al estilo de San Pablo: su predicación iba acompañada de obras de educación y de promoción social. Su palabra y ejemplo de vida suscitó grandes conversiones, como fueron los casos, entre otros, del Duque de Gandía o el de San Juan de Dios. Fue admirado por las grandes figuras de su tiempo: Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, Santo Tomás de Villanueva, etc. Su pensamiento influyó en los maestros de la espiritualidad cristiana, como Fray Luis de Granada, San Juan de la Cruz, San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales, San Alfonso Mª de Ligorio,  San Antonio Mª Claret y otros muchos. Con toda razón ha merecido el nombre de “Maestro Ávila”. Su magisterio está marcado por una fuerte experiencia de Jesucristo Salvador, desde donde contempla toda la realidad pecadora del hombre que hay que convertir por medio de la gracia y de la predicación. Para él, la Virgen María es la “llena de Gracia en plenitud”, por su unión con el Misterio de Cristo y de su Iglesia es “el conducto”, “el cuello” que une el Cuerpo con la Cabeza. Por eso dirá en uno de sus sermones: “Porque conocer a vos, María, es conocer a nuestro Redentor y nuestro remedio; conocer a ella es conocer el camino de vos y de vuestra redención… y sois su Criador y su Dios, que la Criaste y dotaste de todas las gracias que tiene… Pues esta Virgen sagrada es la persona más principal de todo el cuerpo de la Iglesia y más que todos enseñada por Dios”.

El Apóstol de Andalucía es un precursor del siglo de oro de la mariología española (Siglo XVII). Los sermones de Nuestra Señora (Ser 60-72) son como un “libro de la Virgen”. Pero en verdad, su magisterio mariano se encuentra en todos sus escritos y enlaza perfectamente con las enseñanzas del Vaticano II y de los últimos Papas. La figura de María está contemplada desde la cristología, pneumatología y eclesiología, como modelo y Madre de la Iglesia que anuncia a Cristo, celebra la Eucaristía y vive la caridad. De ahí que San Juan de Ávila no deja de relacionar la dimensión mariana de la Eucaristía con la dignidad y santidad del sacerdote.

El verdadero culto y devoción a la Santísima Virgen nace del reconocimiento de que  María es digna de toda alabanza y bendición por su unión con Dios, por su fidelidad y santidad de vida. No hay verdadero cristiano que no alabe y honre a la Madre de Dios, por eso concluye en uno de los sermones: “Quererla bien y no imitarla, poco aprovecha” (Ser 63). La devoción verdadera se conoce por las siguientes señales: conversión del corazón, deseo de imitar las virtudes que brillaron en María, amor y entrega al prójimo, vida de gracia y de oración. La devoción a María es falsa si hay afecto al pecado. Sólo la santidad de vida hace que nuestras alabanzas a la Virgen sean auténticas.

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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España