CIUDAD RODRIGO, jueves 12 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El día 22 de mayo estamos llamados a ejercer, una vez más, nuestro derecho a votar representantes políticos municipales y autonómicos.
Como obispo, no me corresponde señalar una determinada opción política, pero sí recordar algunas orientaciones para un discernimiento moral y así contribuir a la promoción del bien común y de la convivencia. Deseo colaborar sinceramente en el enriquecimiento espiritual de nuestra sociedad como fundamento imprescindible de la paz verdadera.Mi primer deseo es que no nos dejemos invadir por la desgana, la comodidad o el desencanto, y hagamos uso de nuestro derecho al voto. En segundo lugar, recuerdo que ningún programa político agota ni encarna las exigencias del Evangelio ni de la Doctrina social y moral de la Iglesia. Y, si bien es verdad que los católicos pueden apoyar partidos diferentes y militar en ellos, también es cierto que no todos los programas son igualmente compatibles con la fe y las exigencias de la vida cristiana, ni son tampoco igualmente proporcionados a los objetivos y valores que los cristianos deben promover en la vida pública.
Como católicos y ciudadanos, hemos de valorar las distintas ofertas y programas políticos, teniendo en cuenta valores como la defensa de la vida en todas sus etapas, la promoción de la familia fundada en el auténtico matrimonio, el desarrollo del empleo y la atención a los parados, la calidad de la enseñanza y el cumplimiento efectivo del derecho de los padres a elegir enseñanza religiosa para sus hijos, la atención a los más necesitados, el respeto a los derechos fundamentales de la persona, la contribución a respetar y mejorar el medio ambiente,y el neutralizar cualquier forma de intolerancia, fanatismo o terrorismo. En nuestra tierra, debemos, además, tratar de evitar la despoblación, el dar oportunidades a los jóvenes y a los matrimonios jóvenes, y cuidar nuestro patrimonio histórico y artístico.
En otro orden de cosas, y como complemento, siguen teniendo plena vigencia y actualidad las palabras firmadas por los obispos hace algunos años: "Nos parece que los inmigrantes necesitan especialmente atención y ayuda. Y los que no tienen trabajo, los que están solos, las jóvenes que pueden caer en las redes de la prostitución, las mujeres humilladas y amenazadas por la violencia doméstica, los niños, y aquellos que no tienen casa ni familia donde acogerse. Hay que trabajar también para superar las injustas distancias y diferencias entre las personas y las comunidades autónomas... En el orden internacional, es necesario atender a la justa colaboración al desarrollo integral de los pueblos" (Ante las elecciones, año 2008).
No se debe confundir la condición de aconfesionalidad o laicidad del Estado con la desvinculación moral. Al decir esto no pretendo que los gobernantes se sometan a los criterios de la moral católica. Pero sí que se atengan al denominador común de la moral fundada en la recta razón y en la experiencia histórica de cada pueblo y a ejercitar una sana laicidad positiva donde lo religioso se contemple como un bien para la sociedad. No es justo tratar de construir artificialmente una sociedad sin referencias morales o religiosas.
Un agradecimiento y reconocimiento sinceros a quienes gastan su vida en el noble ejercicio de la política, y un ruego para que el Señor ilumine y fortalezca a todos para votar y actuar en conciencia y conforme a las exigencias de la convivencia, basada en la justicia, la libertad y la paz.