Audiencia de Benedicto XVI a un grupo de obispos de India

Con motivo de su visita “ad Limina”

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CIUDAD DEL VATICANO, martes 31 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió ayer lunes a un grupo de obispos procedentes de la India, a quienes recibió con motivo de su visita ad Limina Apostolorum.

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Queridos hermanos obispos,

os ofrezco una cálida bienvenida en la ocasión de vuestra visita ad Limina Apostolorum, un momento particular de gracia y un signo de la comunión que existe entre la Iglesia en India y la Sede de Pedro. Deseo agradecer al arzobispo Maria Callist Soosa Pakiam, por los devotos sentimientos y la promesa de oraciones que ha realizado en vuestro nombre y en el de todos aquellos a los que servís. Por favor, llevad mi afectuosos saludos a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los laicos que se confían a vuestro pastoral cuidado.

El Concilio Vaticano II nos recuerda que, entre las responsabilidades más importantes de los obispos, la proclamación del Evangelio prevalece (cf. Lumen Gentium, 25). Para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, proclamar la palabra de Dios que actúa en el corazón de los creyentes (cf. 1Tes 2,13), y crece constantemente con la escucha, la celebración y el estudio de esta palabra (cf. Verbum Domini, 3). Es una fuente de satisfacción que la proclamación de la Palabra de Dios produzca un rico fruto espiritual en vuestras Iglesias locales, especialmente en la diseminación de pequeñas comunidades cristianas en los que los fieles se reúnen para rezar, meditar las Escrituras y apoyarse fraternalmente. Os animo, a través de vuestros sacerdotes y con la ayuda de líderes laicos cualificados, a segurar que la plenitud de la Palabra de Dios que nos llega a través de las Sagradas Escrituras y la tradición apostólica de la Iglesia, se ponga en disposición de aquellos que buscan profundizar su conocimiento y amor al Señor y la obediencia a su voluntad. Cada esfuerzo debe hacer hincapié en que cada individuo o grupo de oración, por su misma naturaleza, nace y vuelve a la fuente de la gracia que se encuentra en los sacramentos de la Iglesia y en su vida litúrgica entera. Ni se puede olvidar que la Palabra de Dios, no sólo consuela sino que también cambia a los creyentes, individualmente y en comunidad, para avanzar en la justicia, reconciliación y la paz entre ellos mismos y la totalidad de la sociedad. A través de vuestro personal estímulo y supervisión, que las semillas de la Palabra de Dios que se siembran actualmente en vuestras iglesias locales den fruto abundante para la salvación de las almas y el crecimiento del Reino de Dios.

En la fidelidad al nuevo mandamiento de amar al prójimo como el Señor nos amó a nosotros (cf. Jn 13,34), los cristianos de todas las épocas y lugares, se han esforzado en servir a sus semejantes y desinteresadamente amarlos con todo su corazón. Después de todo, el amor es el don de Dios para la humanidad, es su promesa y nuestra esperanza (cf. Caritas en Veritate, 2). Este amor desinteresado encuentra su expresión práctica en el servicio a,los demás y a la comunidad en general. En esta perspectiva, estoy encantado de destacar los impresionantes signos de la caridad de la Iglesia en muchos ámbitos o actividades sociales, un servicio que está a cargo de sus sacerdotes y religiosos. A través de su testimonio de caridad cristiana, las escuelas de la Iglesia preparan a la gente joven de todas las confesiones y de ninguna, para construir una sociedad más justa y pacífica.

Las agencias de la Iglesia han sido el medio para la promoción de microcréditos, ayudando a los pobres a ayudarse a sí mismos. Además, promueven la misión de la Iglesia en el ámbito de la salud y la misión caritativa, a través de clínicas, orfanatos, hospitales e innumerables proyectos cuyo objetivo es la promoción de la dignidad humana y del bienestar, asistiendo a los más pobres y a los más débiles, a los marginados y a los mayores, los abandonados y los sufrientes, ayudándolos a todos, porque la dignidad es inherente al ser humanos, y no por un motivo distinto al del amor de Cristo que nos empuja (cf. 2Cor. 5,14). Os animo a perseverar en este testimonio positivo y práctico, fieles al mandamiento del Señor y por el bien de nuestros hermanos y hermanas más pequeños. Que los fieles a Cristo de India sigan asistiendo a aquellos que están en necesidad de las comunidades que los rodean, sin distinción de raza, etnia, religión o status social, y con la convicción de que hemos sido creados a la imagen de Dios y que todos merecemos el mismo respeto.

Como don del “amor incondicional” de Dios que da un sentido más profundo a nuestras vidas (cf. Spe Salvi, 26), la caridad es el primero que experimentamos en la familia. El Sínodo reciente sobre la Palabra de Dios, nos recuerda que la Iglesia, por su proclamación del Evangelio, revela a las familias cristianas su verdadera identidad de acuerdo con el plan de Dios (cf. Verbum Domini, 85). Familias en vuestras diócesis, que son “iglesias domésticas”, son ejemplos del amor mutuo, respeto y apoyo que debe animar las relaciones humanas en todos sus niveles. En la medida en que estos no descuiden la oración, mediten las Escrituras, y participen plenamente en la vida sacramental de la Iglesia, ayudarán a alimentar este “amor incondicional” entre ellos y en la vida de sus parroquias, y serán fuente de una gran bien para la comunidad en general. Muchos de vosotros de los que habéis hablado habéis mencionado los grandes retos que amenazan con minar la unidad, la armonía y la santidad de la familia, y el trabajo que debe hacerse para construir una cultura de respeto al matrimonio y a la vida familiar. Una catequesis profunda que invite, especialmente a aquellos que se preparan para el matrimonio, alimentará en gran medida la fe de las familias cristianas y los asistirá para que puedan dar un testimonio vivo y vibrante de la sabiduría ancestral de la Iglesia con respecto al matrimonio, la familia y el uso responsable del don de Dios que es la sexualidad.

Con estos pensamientos, queridos hermanos obispos, os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Asegurándoos mis contínuas oraciones por vosotros y por los que se os han confiado en vuestro cuidado pastoral, os imparto mi Bendición Apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor Resucitado.

[Traducción del original en inglés por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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