CIUDAD DEL VATICANO, martes 17 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los obispos de la Conferencia Episcopal India de rito Romano (1º y 2º grupo), a los que recibió ayer en el Palacio Apostólico con ocasión de la visita ad Limina Apostolorum.
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Queridos hermanos obispos,
es para mí muy grato daros la bienvenida en vuestra visita Ad Limina Apostolorum durante esta Pascua. A través de vosotros extiendo mis saludos a los fieles a vuestro cuidado, y doy las gracias al cardenal Telesphore Placidus Toppo por los corteses sentimientos de comunión con el Sucesor de Pedro que ha expresado en vuestro nombre.
La presencia de Cristo Resucitado entre sus discípulos fue una fuente de profunda consolación para ellos, confirmándoles en su fe y profundizando su amor por él; y en su Ascensión, los envió diciendo “Id, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Este mandamiento empujó a vuestro gran patrón Santo Tomás, a los demás Apóstoles y todos los que los siguieron, para predicar el Evangelio entre las naciones; a través de la predicación de la palabra y de la celebración de los sacramentos, la vida divina de la Santísima Trinidad ha pasado a muchas almas cristianas.
Hoy, como en todas las épocas, el mandato apostólico encuentra su fuente y su foco central en la proclamación del Hijo de Dios encarnado, que es la plenitud de la revelación divina y “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). El Salvador de toda la creación, y portador de la Buena Noticia para todos y el cumplimiento de los anhelos más profundos del hombre. La revelación definitiva de Dios que viene a nosotros en Jesucristo y que los creyentes de todo el mundo proclaman, se expresa de manera concreta en las Sagradas Escrituras y en la vida sacramental de la Iglesia. El poder salvífico de Cristo es proclamado también, en las vidas de los santos que han llevado con entusiasmo el mensaje del Evangelio y lo han vivido con fe entre sus hermanos y hermanas. La revelación cristiana, cuando es aceptada en libertad y por obra de la gracia de Dios, transforma a los hombres y las mujeres desde el interior y establece una maravillosa, relación redentora con Dios, nuestro Padre celestial, a través de Cristo, en el Espíritu Santo. Este es el corazón del mensaje que enseñamos, este es el gran regalo que ofrecemos en la caridad a nuestro prójimo: compartir en la misma vida de Dios.
Dentro de la Iglesia , los primeros pasos de los creyentes a lo largo del camino de Cristo, deben estar siempre acompañados por catequesis sólidas que les permitirán crecer en la fe, amor y servicio. Algunos de vosotros me habéis informado de los retos que enfrentáis con respecto a esto, y os apoyo en vuestro compromiso de proveer formación de calidad en esta área. Reconociendo que la catequesis es algo distinto a la especulación teológica, los sacerdotes, religiosos y catequistas laicos necesitan saber como comunicar con claridad y amorosa devoción la belleza que transforma la vida de la enseñanza y vidas cristianas, que será capaz de enriquecer el encuentro con el mismo Cristo. Esto es especialmente verdadero en la preparación de los fieles en el encuentro con el Señor en los sacramentos
En relación con el resto del mundo, el compromiso cristiano de vivir y dar testimonio del Evangelio tiene distintos retos según sea la época y el lugar. Esto se cumple especialmente en vuestro país, que acoge distintas religiones antiguas, incluyendo el cristianismo. La vida cristiana en este tipo de sociedad exige siempre honestidad y sinceridad en las propias creencias, y respeto por aquellos que constituyen el prójimo de cada uno.
El anuncio del Evangelio en estas circunstancias, por lo tanto, implica un delicado proceso de inculturación. Es un compromiso que respeta y conserva la unicidad y la integridad de la revelación divina dada a la Iglesia como su herencia, mientras demuestra que es comprensible y atractiva a aquellos a los que se propone. El proceso de inculturación exige que sacerdotes, religiosos y catequistas laicos empleen cuidadosamente los lenguajes y las costumbres adecuadas a la gente a la que sirven cuando les presentan la Buena Noticia. Mientras os esforzáis en asumir los retos de proclamar el mensaje en los distintos ámbitos culturales en los que os encontráis, mis queridos hermanos obispos, estáis llamados a supervisar este proceso con fidelidad a la fe que se os ha transmitido a vosotros para que la conservéis y la transmitáis también. Combinad esta fidelidad con la sensibilidad y la creatividad, de manera que deis testimonio convincente de la esperanza que está dentro de vosotros (cfr. 1Pe 3,15).
Con respecto al diálogo interreligioso. Soy consciente de las situaciones difíciles que muchos de vosotros enfrentáis en el desarrollo del diálogo con los que tienen otras creencias religiosas, a la vez que fomentan una atmósfera de interacción tolerante. Vuestro diálogo debería caracterizarse de una atención constante a los que es verdadero, con el fin de fomentar el respeto mutuo rechazando apariencias de sincretismo.
Además, como cristianos hindúes debéis vivir en paz y armonía con el prójimo de otras creencias, vuestro liderazgo prudente será crucial en la tarea cívica y moral de trabajar para salvaguardar los derechos humanos fundamentales de libertad de religión y libertad de culto. Como sabéis, estos derechos se basan en la dignidad de todos los seres humanos y están reconocidos por todas las naciones. La Iglesia Católica se esfuerza en promover estos derechos de las religiones de todo el mundo. Os animo, por tanto, a trabajar pacientemente, para establecer la base necesaria para el disfrute armonioso de estos derechos en vuestras comunidades. Incluso si se encuentra oposición, la misma caridad del cristiano y su tolerancia servirán para convencer a los demás de la importancia de la tolerancia religiosa, a la que los seguidores de todas las religiones pueden llegar. Mis oraciones os acompañan a medida que os ocupáis de esta delicada e importante cuestión.
Mis hermanos en el episcopado, estoy contento de esta oportunidad de renovar nuestros vínculos de comunión. Que la Beata Teresa de Calcuta, cuyo paciente y personal servicio al prójimo se basaba en el amor de Cristo, obtenga para vosotros gracias celestiales en abundancia para asegurar la fecundidad en vuestro trabajo pastoral. Os aseguro a vosotros y a todos aquellos a los que servís un recuerdo constante en mis oraciones, y de buen grado os imparto mi Bendición Apostólica.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]