CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los miembros de la Guardia Suiza Pontificia y sus familiares, con ocasión del juramento de nuevos reclutas.
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Señor Comandante,
Monseñor Capellán,
Queridos oficiales y miembros de la Guardia Suiza,
¡Queridos hermanos y hermanas!,
Estoy particularmente contento de reunirme con vosotros en ocasión de esta jornada de celebración y deseo dirigir un cordial saludo especialmente a los nuevos reclutas, que siguiendo el ejemplo de muchos compatriotas, han elegido dedicar algunos años de su juventud al servicio del Sucesor de Pedro. La presencia de vuestros padres, parientes y amigos, que han venido a Roma a participar de estos días de fiesta, expresa, no sólo el vínculo de muchos católicos suizos con la Santa Sede, también la enseñanza, la educación moral y el buen ejemplo, mediante los cuales los padres han transmitido a los hijos, la fe cristiana y el sentido del servicio desinteresado.
La actual jornada constituye la ocasión para dirigir una mirada al glorioso pasado de la Guardia Suiza Pontificia. Recuerdo particularmente el suceso -recordado muchas veces porque es fundamental para vuestra historia- del famoso “Saqueo de Roma” donde los Guardias Suizos, comprometidos hasta el extremo en la defensa del Papa, dieron la vida por él. El recuerdo de aquel saqueo terreno nos debe hacer reflexionar en el hecho de que existe también la amenaza de un saqueo más peligroso, el que podemos definir como espiritual. En el actual contexto social, muchos jóvenes corren el riesgo, de hecho, de caer en un empobrecimiento progresivo del alma, porque siguen ideales y perspectivas de vida superficiales, que colman sólo las necesidades y las exigencias materiales.
Haced posible que vuestra estancia en Roma constituya un tiempo propicio para disfrutar al máximo las muchas posibilidades que esta ciudad os ofrece, para dar un sentido cada vez más sólido y profundo a vuestra vida. Esta ciudad es rica en historia, cultura y fe; aprovechad, por tanto, las oportunidades que se os dan para ampliar vuestro horizonte cultural, lingüístico y, sobre todo, espiritual. El periodo que viviréis en la “Ciudad eterna” será un momento excepcional en vuestra existencia: vividlo con espíritu de sincera fraternidad, ayudándoos los unos a los otros a llevar una vida ejemplarmente cristiana, que se corresponda a vuestra fe y a vuestra peculiar misión en la Iglesia.
[En francés dijo]
Cuando alguno de vosotros juren desarrollar fielmente el servicio en la Guardia Suiza Pontificia y otros renueven este juramento en su corazón, pensad en el rostro luminoso de Cristo, que os llama a ser auténticos hombres y verdaderos cristianos, protagonistas de vuestra existencia. Su pasión, muerte y resurrección son una llamada elocuente a afrontar con consciente madurez los obstáculos y los retos de la vida, sabiendo, como nos ha recordado la Liturgia de la Vigilia Pascual, que el Señor Resucitado es “Rey eterno que ha vencido las tinieblas del mundo”. Sólo Él es la Verdad, el Camino y la Vida. Él debe convertirse, cada día más, en el parámetro de nuestra vida y de nuestro comportamiento, así como Él ha elegido la plena y total fidelidad a la misión de salvación confiada por el Padre, como medida y objetivo de su vida. El Señor, queridos jóvenes, camina con vosotros, os sostiene y os anima a seguirlo en la misma fidelidad: os deseo que sintáis siempre la alegría y la consolación de su presencia luminosa y estimulante.
Este encuentro me da la oportunidad de manifestar a los nuevos reclutas, mi profunda gratitud por su elección de ponerse, durante un periodo de tiempo, a disposición del Sucesor de Pedro y su contribución a garantizar el orden necesario y la seguridad dentro de la Ciudad del Vaticano. Aprovecho de buen grado la oportunidad de extender mi reconocimiento a todo el Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia, llamado a desarrollar, entre otros deberes, el de acoger con cortesía y amabilidad a los peregrinos y visitantes del Vaticano. Esta obra de vigilancia que vosotros realizáis con diligencia, amor y solicitud es ciertamente considerable y delicada: requiere, a veces, mucha paciencia, perseverancia y disponibilidad a escuchar.
Queridos amigos, vuestro servicio es muy útil al desarrollo tranquilo y seguro de la vida cotidiana y de las manifestaciones espirituales y religiosas de la Ciudad del Vaticano. Vuestra significativa presencia en el corazón de la cristiandad, donde multitudes de fieles llegan sin descanso para reunirse con el Sucesor de Pedro y para visitar las tumbas de los Apóstoles, suscite cada vez más, en cada uno de vosotros, el propósito de intensificar la dimensión espiritual de la vida, como también el compromiso de profundizar en vuestra fe cristiana, siendo testigos gozosos de ella con una conducta de vida coherente. Os prometo mi ferviente oración y de corazón os imparto a cada uno de vosotros y a cuantos os rodean en esta celebración, la Bendición Apostólica.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]