El difícil arte del diálogo
Por monseñor Juan del Río Martín*
MADRID, martes 10 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Van para cincuenta años que el Papa Pablo VI en su Carta Encíclica, Ecclesiam suam (Roma 1964) afirmaba: “la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra: la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (nº 67). No es algo que se ha quedado anticuado, sino que es una exigencia de la tarea misionera de todos los tiempos. Así, lo entendió el recién beatificado Juan Pablo II poniéndolo de manifiesto con el testimonio de su vida y de su magisterio.
Benedicto XVI preocupado por el futuro del cristianismo y la inculturación de la fe en los nuevos escenarios de la evangelización, pone “el dedo en la llaga” en una de las notas esenciales para dialogar con los hombres del siglo XXI, a este respecto ha dicho: “sabemos bien que para la gente de hoy el lenguaje de la fe a menudo resulta lejano; sólo puede resultar cercano si en nosotros se transforma en lenguaje de nuestro tiempo” (Disc. 13/5/2005) De ahí, que todas sus enseñanzas tengan la profundidad del sabio y la sencillez del pastor; del padre de familia que sabe sacar “del arca lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,52) de manera que pueda llegar al mayor número de personas.
El actual pontífice bien podría ser llamado el “Papa del diálogo”, ya que no se ha quedado en la mera palabra, sino que ha salido al encuentro de pensadores y divulgadores, de creyentes de otros credos y de aquellos que viven en la indiferencia religiosa o en el ateísmo. Su corto pontificado está repleto de gestos y signos de diálogo con toda la humanidad. Algunas de sus últimas iniciativas nos hablan de ello: el “Patio de los Gentiles”, la creación del Pontificio Consejo para la “Nueva Evangelización”, y la próxima Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo de Octubre en Asís.
Todo esto es como consecuencia de que el cristianismo es la religión del diálogo, como dice la carta a los Hebreos: después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente (…) en estos días últimos nos ha hablado por medio de su Hijo Jesucristo (He 1,1-2). La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo, que nace de Dios y teje con el hombre un coloquio paciente y amoroso. Por eso mismo, el diálogo pertenece al ser y la misión de la Iglesia y debe caracterizar el oficio ministerial, catequético, pastoral y misionero de todo bautizado. Cuando esto se da tanto con “los de cerca como con los de lejos” es un magnífico indicador de la vitalidad y santificación de la comunidad cristiana.
Ahora bien, en la cultura dominante, el diálogo es una palabra “mágica”. Los políticos utilizan este término constantemente; en muchas ocasiones lleva una fuerte carga de ideologización, que es utilizada para neutralizar al adversario. Pero es evidente que las actitudes de diálogo son vitales en las relaciones familiares, sociales y eclesiales. Por eso es conveniente que aclaremos: ¿Qué es el diálogo? ¿Cuáles son sus propiedades y dimensiones? ¿Es diálogo toda conversación o recepción de información?
El diálogo es la característica esencial de la persona, que es “espíritu encarnado” y está dotada de razón. Su estructura dialogal le capacita para abrirse a sus semejantes y al mismo Dios. Por ello, podemos definir el diálogo como el acontecimiento relacional que tiene por objeto la comprensión de aquello sobre lo que se conversa, y de aquel con quien se conversa. Ahora bien, si todo fuera expresión hablada, el diálogo no sería nada. Para que haya coloquio es importante saber “lo que se dice”, “cómo se dice” y “quién lo dice”. Es decir, entran en juego las dimensiones humanas del pensamiento, de la estética y de la ética.
Las características esenciales del verdadero diálogo son: Claridad en lo que se expone. Afabilidad, para evitar los modos violentos o hirientes. Confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor. Prudencia, para tener en cuenta las condiciones psicológicas, sociales y morales del que oye, procurando adaptarse razonablemente, evitando el ser molesto o incomprensible. Cuando falla alguna de estas propiedades se produce la deformación del diálogo, entonces tenemos lo que se llama diálogo de sordos, diálogo estratégico, simples conversaciones, discusiones, tertulias, etc.
Para ser persona dialogante hace falta una buena dosis de sentido común, naturalidad, humildad y amor a la verdad. Por ello mismo, surgen muchas desconfianzas en el pueblo cuando el poder y los poderosos hablan de diálogo, porque ya se sabe en qué termina todo. El autosuficiente conversará, sostendrá monólogos con mayor o menor sentido pero, al final, revelará el dogmatismo de su pensamiento y la rigidez de sus actuaciones.
Aprendamos el difícil arte del diálogo teniendo como ejemplos a los sucesores de Pedro antes mencionados. Transitar por ese sendero es edificar la “Iglesia de la nueva evangelización”.
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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España