La “Rerum novarum” 120 años después

Artículo del cardenal Peter K. A. Turkson

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 19 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El pasado 14 de mayo, en preparación del Congreso internacional sobre la encíclica Mater et Magistra que ha tenido lugar esta semana en Roma, el cardenal Peter Kowdo Appiah Turkson, presidente del Consejo Pontificio “Justicia y Paz” recordaba en L’Osservatore Romano otra efeméride muy importante para la Iglesia, que se cumplía el 15 de mayo: los 120 años de la publicación de la Rerum Novarum, de León XIII.

Por su interés, ofrecemos a nuestros lectores una traducción española del artículo realizada por ZENIT.

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El 15 de mayo de 1891, el papa León XIII firmó la encíclica relativa a la cuestión obrera, la Rerum novarum. Hoy por hoy, después de 120 años, en un periodo durante el cual el mundo y los Estados nacionales se han visto afectados por enormes y rápidos cambios en todos los ámbitos de la vida, la primera encíclica social ¿ofrece aún apuntes para la reflexión?

Al intentar responder, quisiera invitar a releerla tanto en perspectiva histórica como en la óptica contemporánea. Además de reflexionar sobre qué pudo significar la Rerum novarum en el pasado, de hecho, es importante ver si y cómo ésta responde a nuestros tiempos.

La importancia de la Rerum novarum se advierte en las continuas referencias que los Sucesores del papa León XIII le han dedicado.

Concretamente, el papa Juan Pablo II afirmó que el 15 de mayo de 1891 es “una fecha que merece ser escrita con letras de oro en la historia de la Iglesia moderna”. Y no sólo por la importancia del tema tratado, o por el hecho de que la Rerum novarum haya sido la primera encíclica social, sino más aún por la forma como el tema fue tratado. León XIII, de hecho, analizó la realidad social desde el punto de vista evangélico, intentando encontrar las soluciones adecuadas, partiendo desde la misma perspectiva. Se basó así en las Sagradas Escrituras y sobre la tradición de la Iglesia para proponer soluciones a las res novae que estaban surgiendo.

De esta forma, introdujo una metodología que en seguida se hizo característica de la enseñanza social de la Iglesia: “La Rerum novarum afrontó la cuestión obrera con un método que se convertiría en un paradigma permanente para los sucesivos desarrollos de la doctrina social”.

El Papa puso así en marcha una sabia y profunda reflexión destinada a afrontar humana y cristianamente las medidas necesarias. Esto explica el carácter profético y la perenne validez del documento: que no ofrece solo una respuesta a la exigencia de aquel tiempo, ni tampoco una respuesta meramente técnica. Sino que proporciona una respuesta incardinada en el discernimiento, en las exigencias de la naturaleza humana y en los preceptos del Evangelio y de la razón.

Uno de los mayores méritos de la encíclica consiste en haber identificado de modo preciso y sistemático el método analítico de la Iglesia relativo a su doctrina social. Las visiones teológicas, filosóficas, económicas, ecológicas, políticas etc. están coherentemente conectadas entre sí al delinear una enseñanza social que ponga a la persona humana, en su totalidad e integridad, en el centro de todos los sistemas de pensamiento y de acción existentes en el mundo.

En palabras de Juan XXIII, “la Rerum novarum ha puesto en marcha así, por primera vez, a una estructura de principios, y dió comienzo (…) a un método de acción al que deberíamos mirar como a una suma de la enseñanza católico en lo tocante a materias sociales y económicas”.

Las “cosas nuevas”, a las que el Papa se refería, no eran nada positivas. El primer párrafo de la encíclica describe las “cosas nuevas” que le han dado el nombre, con las palabras fuertes (Centesimus annus, 5) de la enseñanza social. Con la Revolución francesa de 1789, las guerras que la siguieron y, sobre todo, con la revolución industrial, “las civilizaciones occidentales se vieron implicadas en un feroz enfrentamiento entre ideologías. En el campo social, cada una de estas ideologías, del marxismo al capitalismo del laissez-faire, se propuso siempre como respuesta última”. Hubo progresos en la industria, y se desarrollaron nuevos comercios. Las relaciones entre los empresarios y los obreros empeoraron, empujando a estos últimos a buscar mayor confianza en sí mismos acercándose cada vez más unos a otros por medio de los sindicatos. La enorme riqueza de pocos contrastaba con la pobreza de muchos; y se hacía más evidente también el declinamiento moral. El espíritu del cambio revolucionario, entonces, fue más allá de las esferas políticas y afectó a la esfera de la economía real.

El papa León XIII y, con él, la Iglesia, así como la comunidad civil, tuvieron que confrontarse con una sociedad herida por un conflicto tanto más violento e inhumano en cuanto que conducido sin regla alguna. Pongamos algún ejemplo de los temas afrontados. Ante todo el conflicto entre “capital” y “trabajo” o, por decirlo con las palabras de la encíclica, la “cuestión obrera”: el conflicto entre la mera supervivencia física por un lado, y la opulencia por el otro, acentuó a tendencia a abrazar “teorías extremistas, que proponían remedios peores que los males”. Pensemos también en el tema de la dignidad de la persona humana: las deplorables condiciones de trabajo oprimían a los obreros, que además con sus míseros salarios no estaban en condiciones de mantener a la familia o de educar a los hijos.

En el trabajo, el flujo masivo de personas que desde las granjas iba a las industrias provocaba profundas fracturas sociales.

Las semillas de discordia tuvieron terreno fértil en movimientos sociales radicales, muchos de los cuales habrían visto en la Iglesia un aliado del enemigo capitalista.

Consideremos también el problema de la propiedad privada y de su papel social: El papa León XIII lanzó anatemas tanto hacia el capitalismo liberal, que habría querido liberar al individuo de la coerción social y moral, sea hacia el socialismo, que habría querido eliminar la propiedad privada y subordinar el hombre al Estado.

Finalmente el papel del Estado. El Estado no se presenta como omnipotente, sino con un papel de buscar el equilibrio económico y legal en el que el bien común, en el respeto de los derechos legítimos, tiene la precedencia sobre el beneficio individual. Todo ello se indicó con el término “subsidiariedad”.

De esta forma, León XIII actualizó los principios de la enseñanza social de la Iglesia aplicando la fe cristiana y el amor de Cristo a la nueva condición de la vida humana y reanimando “la parte mejor de la civilización Cristiana, para hacer que la voz católica pudiese ser claramente oída tanto para reunir a los fieles, como para acercar a la Iglesia a los hombres de buena voluntad”. La Rerum novarum, entonces, exhortó a las instituciones eclesiásticas y a cada uno de los fieles a poner en marcha numerosas actividades sociales, y animó a las autoridades públicas a mejorar la situación de los trabajadores, reforzándose así el compromiso tradicional de la Iglesia a favor de los pobres. “Las orientaciones ideales expresadas en la encíclica reforzaron el compromiso de animación cristiana de la vida social, que se manifestó en el nacimiento y en la consolidación de numerosas iniciativas de alto perfil civil: uniones y centros de estudios sociales, asociaciones, sociedades obreras, sindicatos, cooperativas, bancos rurales, aseguradoras, obras de asistencia. Todo ello dio un notable impulso a la legislación del trabajo para la protección de los obreros, sobre todo de los niños y de las mujeres; a la instrucción y a la mejora de los salarios y la higiene”. Además de esto, la encíclica contribuyó a comprender mejor el derecho-deber de la Iglesia a referirse, en
sus intervenciones, a la realidad social, y a indicar el camino para encontrar soluciones más correctas a los problemas.

Ayer como hoy, prevalecía y prevalece “una doble tendencia: una orientada a este mundo y a esta vida, a la que la fe debía permanecer extraña; la otra dirigida hacia una salvación puramente ultraterrena, pero que no iluminaba ni orientaba la presencia sobre la tierra. La actitud del Papa al publicar la Rerum novarum confirió a la Iglesia casi un ‘estatuto de ciudadanía’ en las mutables condiciones de la vida pública”. Lo que León XIII proponía era una distinción entre Iglesia y Estado, distinción que sin embargo no llevaba al extrañamiento, ni mucho menos a la oposición.

Todo ello invita a hacer nuestras las palabras con las que Juan Pablo II saludó el centésimo aniversario de la encíclica: “Deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que toda la Iglesia tiene hacia el gran Papa y su inmortal Documento. Deseo también mostrar que la rica linfa, que sube de esa raíz, no se ha agotado con el paso de los años, sino que se ha hecho más fecunda”.

Se nos anima a tomar en consideración una vez más la enseñanza de León XIII, tanto actualizándolo a nuestros tiempos, como abrazando el espíritu original en el que éste bortó. “El ansia ardiente de novedad a comenzado a agitar a los pueblos y sigue haciéndolo” (Rerum novarum, 1).

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ZENIT Staff

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