ROMA, viernes 20 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Del diálogo, de los jóvenes y de la comunicación, pero Wojtyla fue también el papa de la primera visita oficial a una sinagoga. “No, señorita, ahí se equivoca”: el rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, bromea con la presentadora en el concierto organizado el 18 de mayo por Roma Capitale como clausura de los actos por la beatificación de Juan Pablo II. Sube al palco del Auditorium della Conciliazione para contar el particular feeling con el judaísmo instaurado por el papa polaco durante su mandato.

“Si queremos ser precisos – prosigue Di Segni –, el primer Pontífice en absoluto en visitar una sinagoga fue Pedro”. Entre el público, entre miles de espectadores, una delegación judía compuesta, entre otros, por el presidente de la Unión de las Comunidades Judías italianas Renzo Gattegna y por el asesor de la Comunidad Judía de Roma Ruben Della Rocca en representación del presidente, Riccardo Pacifici.

Artistas famosos, y testigos “especiales” del vínculo vivido con Wojtyla durante el pontificado que duró 27 años – como por ejemplo el ex portavoz vaticano Joaquín Navarro-Valls o el postulador monseñor Slawomir Oder – se alternan en el palco para recorrer los momentos más importantes, los cambios y “borrón y cuenta nueva” que este pontífice entregó para siempre a la historia.

Como aquella vez, el 13 de abril de 1986, cuando Juan Pablo II cruzó el umbral del Templo de Roma. Di Segni, entonces joven ministro del culto, recuerda así el acontecimiento: “existía la sensación de vivir un momento histórico”. Y tanta había sido la sorpresa “también porque no era poca la perplejidad por los problemas procedimentales a resolver. En otras palabras, había que crear todo”. Y por otra parte, no había preparación: nunca había habido precedentes de esta trascendencia.

“Se cuenta en una inscripción – prosigue Di Segni para explicar que era una novedad absoluta ese encuentro entre el Papa y el ex rabino jefe de Roma, Elio Toaff, hoy de 96 años –, que yo entonces canté, pero puedo aseguraros que no corresponde a la realidad. De hecho – ironiza el rabino muy a su estilo, dando a entender su poca capacidad para el canto – no llovió ese día”. Inolvidable el abrazo entre los dos hombres, en el que se recogían tantas palabras no dichas para deshacer otras tantas incomprensiones. “Entre ellos había un feeling especial”, comenta Di Segni.

El propio Toaff, en su obra “Pérfidos judíos, hermanos mayores" (Mondadori) escribe: “Entramos juntos en el Templo. Pasé entre el público silencioso, en pie, como en un sueño, el Papa a mi lado, detrás cardenales, prelados y rabinos: una comitiva insólita, y ciertamente única en la historia de la Sinagoga. Subimos a la Tevá y nos volvimos hacia el público. Y entonces estalló el aplauso. [de nuevo] irrefrenable cuando [el Papa] dijo: “Sois nuestros hermanos predilectos, y en cierta forma, se podría decir, nuestros hermanos mayores”.

Y no por casualidad el nombre de Toaff es uno de los tres – junto al del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, y del cardenal Stanisław Dziwisz, actual arzobispo de Cracovia pero durante cuarenta años al servicio de Wojtyla como su secretario particular – publicados en el testamento espiritual del pontífice polaco “como prueba ulterior de un vínculo que va más allá de la oficialidad. Una simpatía sustancial que lleva a la amistad allí donde el perfil doctrinal puede crear problemas”.

El rabino puntualiza por tanto el sentido de la palabra "diálogo" que muchos observadores han utilizado para contar, con la visita de Wojtyla al Gueto, la ruptura de ciertas rigideces del pasado: “En esos años el diálogo entre judaísmo y cristianismo estaba ya bien planteado, pero se trataba sobre todo de un diálogo entre eruditos y teólogos. Un diálogo al que faltaba el aspecto humano, y Wojtyla fue capaz de captar esa necesidad”.

En resumen, concluye Di Segni, “este Papa supo romper el hielo y hoy todos nos damos cuenta de que su gesto ha cambiado para siempre la atmósfera de nuestras relaciones”.

Por Mariaelena Finessi, traducción de Inma Álvarez