Habla un testigo del martirio de José Sánchez del Río, beatificado este domingo

Entrevista con el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y del «Regnum Christi»

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MÉXICO, domingo, 20 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- Entre los testigos del martirio de José Sánchez del Río, un muchacho mexicano de catorce años, beatificado este domingo en Guadalajara, se encontraba Marcial Maciel, un niño que no había cumplido los ochos años y que después se convertiría en fundador de la congregación de los Legionarios de Cristo y del movimiento «Regnum Christi».

La Legión de Cristo cuenta con cerca de 650 sacerdotes y 2.500 seminaristas; mientras que el movimiento de apostolado «Regnum Christi» se compone de unos 65.000 miembros, seglares –hombres y mujeres–, diáconos y sacerdotes, esparcidos por todos los continentes.

El padre Maciel, a sus 85 años, recuerda en esta entrevista concedida a Zenit el martirio de su amigo.

–Usted fue testigo del martirio de José Sánchez del Río en México. Después de casi ochenta años, ¿qué recuerda de aquellos momentos? ¿Cómo había conocido a José Sánchez?

–Padre Maciel: José Luis –como le llamábamos sus amigos– era de Sahuayo, Michoacán, un pueblo no lejano de Cotija, mi pueblo natal. Mi abuela materna, doña Maura Guízar Valencia, tenía ahí su casa, y acudíamos a visitarla con frecuencia. Yo era seis años menor que José Luis. A él le gustaba organizar juegos para los niños, nos hablaba de Jesús, recuerdo que me llevaba a hacer visitas al Santísimo, era muy bueno.

Cuando comenzó la persecución religiosa quiso unirse a los cristeros para defender la fe; pidió varias veces permiso hasta que por fin fue recibido. En febrero de 1928 –yo tenía siete años, casi ocho– estaba en Sahuayo cuando supimos que José Luis había sido apresado y que lo habían encerrado en el bautisterio de la parroquia.

Una ventana daba a la calle y desde allí le escuchábamos cantar «Al Cielo, al Cielo, al Cielo quiero ir» mientras esperaba su sentencia. Los federales estaban usando la parroquia como cárcel y también como corral. Rafael Picazo, quien dominaba el pueblo de Sahuayo, ponía como condición para liberarlo que delante de él y sus soldados renegara de su fe.

Todos lo supimos y estábamos muy preocupados y en un estado de emoción y de tristeza tremendo. Sus amigos nos reuníamos para rezar por él. Llorábamos mucho, pidiendo a la santísima Virgen que no lo fueran a matar, pero al mismo tiempo que no abjurara de su fe. De hecho, José Luis no quería saber nada de esto.

Y al cabo de dos días, por la tarde, supimos que lo habían llevado al mesón del Refugio. Aquella noche le cortaron las plantas de los pies y le obligaron a caminar descalzo hasta el cementerio, que se encontraba a varias cuadras de distancia. Nosotros –algunos pocos parientes, amigos, conocidos del pueblo– lo seguíamos desde lejos. Recuerdo las manchas de sangre que dejaban sus pasos, él iba con las manos atadas a la espalda y recuerdo a los federales empujándole, insultándole y exigiéndole que dejara de gritar «¡Viva Cristo Rey!». Y su respuesta, siempre fue el grito: «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!». A nosotros sólo nos permitieron llegar hasta la tapia del cementerio. Lo colocaron junto a la fosa. Dicen que lo apuñalaron varias veces y que le seguían insistiendo que abjurara de su fe y él respondía: «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!». Su papá no estaba con nosotros, no estaba allí presente. Y le preguntaron burlonamente: «¿Qué mandas decir a tu padre?». Contestó: «que nos veremos en el cielo».

Por fin le dispararon en la sien. Yo escuché el disparo que terminó con su vida. Puede usted imaginarse la impresión profunda que este hecho dejó en nosotros, especialmente en los niños. Tengo un recuerdo muy hermoso, entrañable, de este amigo mío que dio su vida por Cristo, ha sido siempre para mí un testimonio de lo que significa el auténtico amor a Cristo. También lo recuerdo con algo de nostalgia, porque yo le decía a Nuestro Señor: «¿Por qué a él lo escogiste para mártir y a mí me has dejado?».

–¿Cómo influyó aquel testimonio de martirio en su vida personal y en la obra que después emprendería, la fundación de la Legión de Cristo y del «Regnum Christi»?

–Padre Maciel: Como le digo, el martirio de José Luis me dejó una huella profunda, imborrable: su muerte contribuyó a sembrar en mí la certeza de que la fe vale más que la vida misma, me hablaba del valor eterno de una vida totalmente entregada por amor a Cristo, me sembró un anhelo de eternidad… pero no sólo José Luis.

En mi pueblo de Cotija, durante la guerra cristera, con frecuencia veíamos a los ahorcados en la plaza o presenciábamos fusilamientos de cristeros que habían muerto al grito de ¡Viva Cristo Rey! Dejaban atrás quizá una familia, unos hijos, una madre –¡cuántas alentaban a sus hijos a no renegar de su fe!–.

Presencié el martirio de Antonio Ibarra, un músico de mi pueblo, de Leonardo y de varios otros; tengo todavía grabados en la mente algunos de aquellos rostros y escenas; especialmente aquella cuando bajaron de la horca a Antonio y lo depositaron en los brazos y el regazo de su madre, doña Isabel Ibarra. Y eran toda clase de personas las que fueron martirizadas en muchos pueblos de México: niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, ricos y pobres, sacerdotes y fieles laicos.

Yo creo que ese testimonio del martirio de tantos cristianos, que prefirieron derramar la sangre antes que traicionar a Jesucristo, sí influyó mucho en mi propia vida y en mi misión de fundador, pues era un testimonio que, por decir así, hacía revivir la fe heroica de los primeros cristianos.

Ese testimonio me ayudó a comprender que la vida cristiana, para ser coherente, tiene que estar plenamente comprometida con Jesucristo. Un cristianismo a medias, de componendas, que «le enciende una vela a Dios y otra al diablo» (como dice el dicho popular), no es cristianismo.

A mi me hubiese gustado dar la vida, como lo hizo José Luis Sánchez del Río, como lo hicieron los centenares y millares de mártires cristeros; pero comprendí que a mí Dios me pedía otra clase de martirio, el de la vivencia del evangelio hasta las últimas consecuencias; y es esto, a fin de cuentas, lo que está detrás de la fundación de la Legión de Cristo y del Movimiento «Regnum Christi»: ayudar a que también otros hombres se comprometan a conocer, vivir y transmitir el amor de Jesucristo.

Cuando llegó el momento de elegir nombre para la congregación que el Espíritu Santo me inspiró fundar, barajé en mi mente varios nombres, y el recuerdo del testimonio de los cristeros, fue un elemento que me ayudó a comprender que el nombre que mejor podría significar nuestra misión era el de Legionarios de Cristo: hombres que van a la lucha por el Reino de Cristo sin reservarse nada para ellos, dispuestos a dar su vida.

–José fue asesinado y el movimiento cristero que él apoyaba fracasó. ¿Fue una muerte inútil?

–Padre Maciel: En 1929 los cristeros depusieron las armas en obediencia al mandato de su Santidad el Papa Pío XI. Los gobernantes de entonces no cumplieron los acuerdos con la Iglesia y con los cristeros, y muchos cristeros desarmados fueron después asesinados. Todo acabó en nada. Parecería un fracaso. Pero como decía Tertuliano: «la sangre de mártires es semilla de cristianos». Juan Pablo II fue testigo en su primer viaje a México en 1979 –el primero de sus viajes como peregrino por el mundo–, del entusiasmo y la vida de la fe que en México se respira, sin duda regados por la sangre de sus mártires.

Un martirio no sólo no será jamás una muerte inútil, sino que será más bien una muerte fecunda, redentora. Es la muerte del discípulo que se asocia a la cruz de su Maestro, y que con Él ofrece su vida por la salvación de muchos hombres, incluidos sus mismos verdugos. Como Jesús, su muerte parece inmediatamente un fracaso, pero es un testigo lumi
noso de la resurrección y de la vida eterna que a todos nos aguarda. Es el triunfo del amor sobre el odio y de la vida sobre la muerte. He podido ver varias veces que desde la muerte de José Luis hasta el día de hoy, muchos visitan su tumba, le llevan flores, le ponen velas, y se detienen allí a orar, solicitando su intercesión. Como decía Jesús: «Dios no es Dios de muertos sino de vivos». Cuando rezamos a los santos, sabemos que hablamos con personas que viven, que han triunfado definitivamente y han alcanzado la felicidad con Dios hacia la que peregrinamos durante esta vida y a la que todos estamos llamados.

–Un niño, a los quince años, ¿es capaz de dar su vida por Cristo? ¿Puede un niño de 15 años conocer con claridad su vocación?

–Padre Maciel: Me pregunta usted si un adolescente de 15 años es capaz de dar su vida por Cristo. El mismo contexto de esta entrevista, el martirio de José Sánchez del Río, un niño de 14 años, es en sí una respuesta. En su segunda pregunta establece usted una hermosa relación, que encierra una gran verdad. El martirio es un llamado de Dios a dar toda la vida por Cristo en unos pocos minutos. La vocación es un llamado a dar toda la vida por Cristo también, pero día a día, minuto a minuto.

No podemos olvidar que es Dios el que llama, y Él escoge el momento para hacerlo. Es Dios el sembrador que deposita la semilla. Él puede hacer despertar la vocación sacerdotal en el corazón de un niño, como en el de un joven, como en el de un adulto; cuando le parece el momento oportuno Él sabe encontrar el modo de hacerles sentir en su interior de modo nítido su invitación a seguirle. Claro que, como sucede con todo proceso de maduración en la vida de un niño y de un joven, con el tiempo esta semilla debe crecer, y la llamada será estudiada y tendrá tiempo para ser ponderada y verificada. El camino hasta el sacerdocio o la vida consagrada pasará por diversas etapas de formación y la Iglesia admitirá a quienes sean aptos. Lo importante es poder ofrecer a estos niños y adolescentes que a temprana edad experimentan en su interior el llamado de Dios, un espacio de libertad y un ambiente propicio, una «tierra buena», el sol, el agua, el aire para que la semilla pueda germinar a su tiempo; esto es lo que tratamos de hacer en los centros vocacionales de la Legión y del «Regnum Christi».

Esta ha sido también mi experiencia personal: recibí el llamado al sacerdocio a los 14 años de edad, salí de mi casa al seminario a los 15 años; nunca he dudado de mi vocación, he sido y soy plenamente feliz en mi sacerdocio y ya tengo 85…

–¿Sabe que el fundador de otra congregación religiosa surgida en México también fue testigo de ese martirio?

–Padre Maciel: Supongo que se refiere al padre Enrique Amezcua Medina fundador de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo. Él es de Colima. No sabría decirle si fue o no testigo del martirio, me parece más bien que no, pero sí tengo entendido que su vocación sacerdotal se la debe a José Luis Sánchez, con el que se encontró en 1927, en plena guerra cristera. Él contaba que, cuando tenía 9 años de edad, al acercarse a José para conocerlo, José estrechaba contra el pecho la bandera de Cristo Rey y con mucho fervor hablaba de la santísima Virgen a un joven cristero desalentado… El padre Enrique –el niño Enrique– se le acercó y le dijo que quería ser como él, soldado de Cristo Rey. José le sonrió y le contestó que era muy chico todavía, pero que lo que tenía que hacer era rezar mucho por él y por todos los cristeros. El padre Enrique recordaba cómo le clavó la mirada y le dijo: A lo mejor Dios te va a querer para sacerdote. Y si tú llegas a ser sacerdote algún día, podrás hacer muchas cosas que ni yo ni nosotros podremos realizar. Así que no te apures.

Hicieron un trato de rezar siempre el uno por el otro, y lo cerraron con un apretón de manos. Y se despidió de él José Luis: «Ahora, hasta que Dios quiera: hasta pronto, o hasta el Cielo…».

–¿Qué le pide usted a José Luis?

–Padre Maciel: Lo de siempre: que nos alcance de Dios a todos la gracia de ser fieles a nuestra fe y a nuestro amor incondicional a Cristo hasta la muerte. Le confío a todos los niños y adolescentes. Me parece que como lo fue para mí, José será para todos ellos un excelente modelo de amistad con Cristo y de fidelidad y coherencia cristiana.

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ZENIT Staff

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