La Santa Sede pide colaboración internacional para ayudar a los más pobres

Monseñor Tomasi intervino en la IV conferencia de la ONU sobre Países Menos Desarrollados

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ESTAMBUL, lunes 23 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Para que los países más pobres del mundo, técnicamente Países Menos Desarrollados (PMD) puedan progresar hacia el desarrollo, deben ser ayudados con espíritu de solidaridad y de gratuidad por la comunidad internacional.

Así lo afirmó monseñor Silvano Maria Tomasi, jefe de la Delegación de la Santa Sede, con ocasión de la IV Conferencia de Naciones Unidas sobre PMD, celebrada en Estambul (Turquía) del 9 al 13 de mayo.

Los PMD, explicó el prelado a la asamblea, “continúan afrontando retos inmensos mientras buscan los recursos y el camino hacia el desarrollo para sus ciudadanos”.

“No existe una fórmula sencilla para conseguirlo, pero la promesa de solidaridad puede ser un fundamento para un compromiso renovado por parte de los que se enfrentan a este reto desde hace décadas y una indicación para los agentes nuevos en este ámbito”, observó.

En este contexto, expresó la esperanza de la Santa Sede de un nuevo Programa de Acción para estos países para la próxima década, y observó que “el futuro bienestar de los países subdesarrollados depende en gran medida del espíritu de gratuidad que nos empuja a realizar esfuerzos comunes”.

Desarrollo integral

Monseñor Tomasi centró su intervención en tres temas, el primero de los cuales fue “los fundamentos del desarrollo humano integral”.

“Si se quieren obtener resultados duraderos”, advirtió, son fundamentales “el respeto de la dignidad humana; tutela de los derechos humanos; cuidado de la creación; participación en comunidad, subsidiariedad y solidaridad”, junto a “un plan de desarrollo integral son la educación, la explotación de los recursos naturales, la agricultura, la industria, el comercio, los servicios financieros, las infraestructuras y la tecnología”.

“Es imperativo que estos pilares sirvan como guía en nuestros esfuerzos de promover y apoyar una aproximación al desarrollo que sea integral y auténticamente humano”, declaró el prelado.

El segundo tema fue el tipo de crecimiento necesario para un “desarrollo humano integral”.

Demasiado a menudo, indicó, “el uso de medidas cuantificables y de criterios económicos para medir realidades como el producto interno bruto o el estrecho horizonte del crecimiento de las bolsas no consigue captar plenamente qué significa ser humanos, no tiene en cuenta la dimensión trascendente de la persona ni por tanto lo que es necesario para el desarrollo de toda la persona”.

El crecimiento que promueve un auténtico desarrollo es, en cambio, “el que incluye los pilares ya mencionados antes y que debe valorarse en función de cómo promueve el desarrollo sostenible y las comunidades, crea puestos de trabajo dignos, alivia la pobreza de las personas y ciuda del medio ambiente”.

“Un modelo de crecimiento que comprenda estos tres objetivos construirá un ciclo económico y comerciale interno sostenible, respetuoso del medio ambiente y capaz de promover el desarrollo”, añadió.

De modo especial para los PMD, el prelado apuntó a la necesidad de “un sector agrícola vivo y la creación de puestos de trabajo en diversos sectores capaces de emplear al gran número de personas que entran en el sector del trabajo”.

“Cualquier modelo de crecimiento que se adopte – añadió – debe por tanto reconocer y reforzar el papel central de la agricultura en la actividad económica, reduciendo de tal forma la desnutrición en las áreas rurales y aumentando la producción per capita con el fin de promover la indipendencia alimentaria local, regional o nacional”.

El tercer punto de su intervención fue el papel del Estado de promover este desarrollo integral, en un campo en el que hay una “pluralidad de actores”, como la empresa y la sociedad civil, que “pueden aportar perspectivas y modos de trabajar distintos, ofreciendo, de este modo, contribuciones únicas al desarrollo necesario en los países subdesarrollados”.

Sin embargo, como se vio en la crisis financiera de 2008, “el mercado no contiene en sí mismo los ingredientes para la corrección automática de los errores y habría llevado al colapso del sistema financiero y económico si los Estados no hubiesen actuado”.

“Dado que en última instancia la corrección de los caprichos del mercado sucede en detrimento de las poblaciones, los Estados tiene el deber de intervenir preventivamente para evitar estos sufrimientos”.

“Trabajando juntos de manera coordinada y cooperativa, las instituciones y los agentes de todos los sectores pueden y den sostener los esfuerzos de todos los países subdesarrollados para que alcancen sus objetivos como miembros de una única familia humana”, concluyó monseñor Tomasi.

Por Roberta Sciamplicotti

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ZENIT Staff

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