CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 25 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Toda la vida del hombre es una “larga noche de lucha y oración”, en la que busca “reconocer el rostro de Dios”, algo que sólo se puede recibir “como un don”.
Así lo afirmó hoy el Papa Benedicto XVI, en una nueva catequesis, dentro del ciclo sobre la oración cristiana que está ofreciendo en cada Audiencia General.
Tras hablar de la oración de intercesión de Abraham la semana pasada (ver www.zenit.org/article-39315?l=spanish), el Papa quiso detenerse en un pasaje singular de la Escritura, cuando el patriarca Jacob lucha con un desconocido durante la noche, en el vado de Yaboc, en el capítulo 32 del Génesis.
En él, el conocido patriarca que logró con engaños quitar la primogenitura a su hermano Esaú y que con las mismas astucias se enriquece lejos de casa, cuando vuelve para enfrentarse con su hermano, se encuentra de noche, solo, luchando contra un desconocido, en este valle de Canaán.
Finalmente, Jacob, reconociendo en el contrincante al mismo Dios, se entrega en sus manos, pide ser bendecido por él, y recibe el nombre de “Israel”, que significa “Dios fuerte”.
Este episodio “se muestra al creyente como texto paradigmático en el que el pueblo de Israel habla de su propio origen y delinea los trazos de una relación especial entre Dios y el hombre”, mientras que “la tradición espiritual de la Iglesia ha visto en este relato el símbolo de la oración como combate de la fe y la victoria de la perseverancia”.
El texto bíblico, explicó el Papa, “nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha para conocer el nombre y ver su rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad fruto de conversión y de perdón”.
La noche de Jacob en el vado de Yaboq “se convierte así, para el creyente, en un punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión”.
La oración, explicó el Papa, “exige confianza, cercanía, casi un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios adversario y enemigo, sino con un Señor que bendice y que permanece siempre misterioso, que aparece inalcanzable”.
“Por esto el autor sacro utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad en el alcanzar lo que se desea”, añadió, una lucha que “sólo puede culminar en el don de sí mismo a Dios, en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence cuando consigue abandonarse en las manos misericordiosas de Dios”.
Toda la vida del hombre, subrayó el Papa, “es como esta larga noche de lucha y de oración, de consumar en el deseo y en la petición de una bendición a Dios que no puede ser arrancada o conseguida sólo con nuestras fuerzas, sino que debe ser recibida con humildad de Él”.
“Aquel que se deja bendecir por Dios, se abandona a Él, se deja transformar por Él, hace bendito el mundo”, concluyó el Papa, invitando a los presentes a “combatir la buena batalla de la fe” y “y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve en la espera de ver su Rostro”.