CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Después de los grandes de la tierra y las delegaciones oficiales de 87 países, peregrinos de todo el mundo comenzaron a rendir homenaje a los restos de Juan Pablo II este domingo a las dos de la tarde, tras la beatificación.
Siguiendo un cordón de seguridad controlado por las fuerzas de policía de Italia y de la gendarmería vaticana, el río humano discurrió por la derecha de la Basílica Vaticana, rodeando el altar de la Confesión y el baldaquino de Bernini, y desembocó nuevamente en la plaza a través del otro lado del templo más grande del catolicismo.
Horas de espera no desanimaron a las decenas de miles de personas que buscaban ver por última vez su ataúd, antes de que sea depositado en un altar de la basílica.
Al llegar ante los restos, los gentilhombres de Su Santidad invitaban a los peregrinos: «Adelante, adelante, gracias», para no detener a la cola de miles y miles de personas. «Por favor, no se paren para tomar fotos».
La escena recuerda el homenaje al cuerpo presente de Karol Wojtyla antes de los funerales del 8 de abril, que atrajo a un inesperada e indescriptible muchedumbre, dispuesta a permanecer en la cola durante 24 horas para poder despedirse unos segundos del pontífice.
El desnudo ataúd de madera contrasta con la majestuosidad de la Basílica: le protege un crucifijo y dos cirios encendidos del abrazo de la gente, que busca el contacto visual, una foto, un recuerdo para los seres queridos, mientras mentalmente presenta las intenciones de oración al nuevo beato.
Un niño, casi adormecido, a espaldas de su madre casi le hace perder el equilibrio. Quién sabe si recordará algo de este día histórico. También por él sonríe la imagen de Juan Pablo II que ha sido colocada en el centro de la fachada de la Basílica de San Pedro.
Y repite, como lo hacen las pancartas de tantos peregrinos: «No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo».
Por Chiara Santomiero