Discurso del Papa en el Concierto ofrecido por el Presidente de Italia

Con ocasión del sexto año de pontificado

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Santo Padre Benedicto XVI, dirigió al Presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, y a otras autoridades reunidas en el Aula Pablo VI, con ocasión de un concierto para celebrar el sexto año de pontificado del Papa, ayer jueves 5 de mayo por la tarde.

* * * * *

Señor Presidente de la República,

Señores cardenales,

Honorables ministros y autoridades,

Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,

¡Estimados señores y señoras!

También este año, con la exquisita y acostumbrada cortesía, el Presidente de la República Italiana, el Honorable Giorgio Napolitano, ha querido hacernos vivir un momento de elevación musical por el aniversario del inicio de mi Pontificado. Mientras que le dirijo un deferente saludo, Señor Presidente, en unión con su gentil Señora, expreso mi agradecimiento por este agradable homenaje y por las cordiales palabras que me ha dirigido, manifestando también la cercanía del querido pueblo italiano al Obispo de Roma y recordando el inolvidable momento de la beatificación de Juan Pablo II. Saludo también a las autoridades del Estado Italiano, a los Señores embajadores, las distintas personalidades, el Ayuntamiento de Roma, y a todos vosotros. Un particular agradecimiento al director, a los solistas, a la orquesta y al coro del Teatro de la Ópera de Roma por la espléndida ejecución de dos obras maestras de Antonio Vivaldi y de Joaquín Rossini, dos grandes músicos de los que Italia, que celebra el 150 aniversario de su unificación política, debe estar orgullosa. Un “gracias” a todos los que han hecho posible este evento.

“Creo”, “Amén”: son las dos palabras con las que se inicia y se concluye el “Credo”, la “Profesión de fe” de la Iglesia, que hemos escuchado. ¿Qué quiere decir creo?. Es una palabra con varios significados: indica acoger algo entre las propias convicciones, dar confianza a alguien, estar seguros. Cuando, sin embargo, la decimos en el “Credo”, asume un significado más profundo: es afirmar con confianza el sentido verdadero de la realidad que nos sostiene, que sostiene al mundo; significa acoger este sentido como el sólido terreno en el que podemos estar sin temores; es saber que el fundamento de todo, de nosotros mismos, no puede estar hecho de nosotros, sino que sólo puede ser recibido. La fe cristiana no dice “Yo creo algo”, sino que “Creo en Alguien”, en el Dios que se ha revelado en Jesús, en Él percibo el verdadero sentido del mundo; y este creer implica toda la persona, que está en camino hacia Él. La palabra “Amén”, que en hebreo tiene la misma raíz que la palabra “fe”, retoma este mismo concepto: el apoyarse con confianza en la base sólida, Dios.

Y llegamos a la obra de Vivaldi, gran representante del s.XVIII veneciano. Por desgracia de él se conoce poca música sacra, que encierra tesoros preciosos: del que es ejemplo la pieza de esta noche, compuesta probablemente en 1715. Querría destacar tres cosas. Antes que nada, un hecho anómalo en la producción vocal vivaldiana: la ausencia de solistas, hay sólo un coro. En este modo, Vivaldi quiere expresar el “nosotros” de la fe. El “Creo” es el “nosotros” de la Iglesia que canta, en el espacio y en el tiempo, como comunidad de creyentes, su fe; “mi” afirmación “creo” está dentro del “nosotros” de la comunidad. Después querría destacar los dos espléndidos cuadros centrales: Et incarnatus est y Crucifixus. Vivaldi se detiene, como era costumbre, en el momento en que el Dios que parece lejano se hace cercano, se encarna y se dona a nosotros en la cruz. Aquí se repiten las palabras, las modulaciones continúan expresando el sentido profundo del estupor frente a este Misterio y nos invitan a la meditación, a la oración. Una última observación. Carlo Goldoni, gran exponente del teatro veneciano, en su primer encuentro con Vivaldi, destacaba : “Lo encontré rodeado de música y con el Breviario en mano”. Vivaldi era sacerdote y su música nace de su fe.

La segunda obra maestra de esta noche, el “Stabat Mater” de Joaquín Rossini, es una gran meditación sobre el misterio de Jesús y sobre el dolor de María. Rossini había concluido la fase operística de su carrera a los 37 años, en 1829, con el Guillermo Tell. Desde este momento no escribió piezas de grandes proporciones, sólo dos excepciones, ambas de música sacra: el “Stabat Mater” y la “Petite Messe Solennelle”. La religiosidad de Rossini expresa una gama rica de sentimientos frente a los misterios de Cristo, con una fuerte tensión emotiva. Del gran fresco inicial del “Stabat Mater” doliente y afectuoso, a los fragmentos en los que emerge la lírica italiana y propia de Rossini, pero siempre rica en tensión dramática, hasta la doble fuga final con el poderosos Amén, que expresa la firmeza de la fe, y la In sempiterna saecula, que pretende dar el sentido de la eternidad. Creo que dos verdaderas perlas de esta obra son las dos piezas “a capella”, la Eja mater fons amoris y el Quando corpus morietur. Aquí el Maestro vuelve a la lección de la gran polifonía, con una intensidad emotiva que se convierte en una oración sincera: “Cuando mi cuerpo hace que el alma vaya a la gloria del Paraíso”. Rossini a los 71 años, después de haber compuesto la “Petite Messe Solennelle”, escribe: “Buen Dios, aquí está terminada esta pobre Misa… ¡Sabes bien que nací para la ópera buffa!. Poca ciencia, un poco de corazón y ya está. Bendito seas y concédeme el paraíso”. Una fe simple y genuina.

Queridos amigos, que las piezas de esta noche nutran nuestra fe. Al señor Presidente de la República Italiana, a los solistas, a todos los del Teatro de la Ópera de Roma, a los organizadores y a todos los presente, renuevo mi gratitud y pido que os acordéis de rezar por mi ministerio en la Viña del Señor. Que Él continúe bendiciéndoos a vosotros y a vuestros seres queridos.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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