ROMA, miércoles 11 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Una vigilia de oración dedicada al beato Juan Pablo II con motivo de los treinta años de su primer encíclica social, la Laborem Exercens, se realizó anoche en Roma en la basílica de Santa Croce in Gerusalemme.

El evento fue una iniciativa de la Acción católica de trabajadores italianos, el sindicato católico CISL y el Movimiento Comunión y Liberación, y se realizó también en otras iglesias italianas. 

En la basílica repleta, la vigilia fue presidida por monseñor Paolo Schiavón, obispo auxiliar de Roma e introdujo el responsable de Comunicación del Vicariato de Roma, monseñor Walter Insero que recordó como al papa Wojtyla le agradaba definirse “no un cura obrero, pero sí un seminarista obrero”.

El representante sindical italiano, Rafael Bonanni, recordó la preocupación por la falta de trabajo especialmente entre los jóvenes y los con más de 50 años.

Entre las lecturas estuvo la parábola de los talentos y el evangelio que indica “porque tuve hambre y me disteis de comer…” intercalados con algunas estrofas de la Laborem Exercens.

Monseñor Schiavoni recordó que “Juan Pablo II fue llamado profeta de la doctrina social de la Iglesia porque mostró como la enseñanza propuesta por la Iglesia nace del sí de Dios al hombre, del proyecto de amor que Dios tiene por el hombre, plan que le fue confiado especialmente a la Iglesia”.

“La doctrina social –prosiguió- se nutre de evangelio, de hombre, de Jesucristo y de problemas importantes para el mundo y la Iglesia y es expresión de la caridad de esta última hacia el mundo”.

Monseñor Schiavón consideró que “la historia personal de Karol Wojtyla tiene importancia para explicar como Juan Pablo II fue un profeta de la doctrina social de la Iglesia”, pues igualmente en un papa existe el elemento humano y este pontífice tuvo una experiencia personal en el mundo del trabajo.

Sobre los nuevos desafíos recordó que “el conflicto capital-trabajo fue superado por otros nuevos. Crece el trabajo autónomo y también nuevas formas de trabajo. Crecen las preferencias por trabajos más creativos, por un sistema más equilibrado y se repropone la instrucción técnica profesional”.

“Cristo tiene que ver –indicó el obispo- con el empeño social del hombre, con el trabajo, con la actuación económica, porque en estos lugares el hombre se instruye, encuentra la verdad de si mismo y de los otros, encuentra a Cristo”.

Su excelencia precisó que “por ello en la Laboren Exercens el trabajo es concebido como un elemento de desarrollo global, natural y sobrenatural de la persona, y por lo tanto el momento de la propia santificación interior, el momento de la construcción de un mundo mejor, el tiempo en el que madura una nueva humanidad, el momento de la responsabilidad y la solidaridad”.

El trabajo así se vuelve “un cuadro concreto para una acción de desarrollo que además cree para otros condiciones de trabajo” y “Juan Pablo II pidió que esta espiritualidad cristiana pase a ser un patrimonio de todos, especialmente en los días de hoy”.

Hay una novedad importante de la encíclica social de Juan Pablo II que dio un cambio de rumbo –indicó monseñor Schiavon- porque “desplazó la atención desde las problemáticas tradicionales: trabajo, trabajadores, salario justo, relaciones sindicales, ganancia y empresa a la gran cuestión de la ecología del trabajo”.

Así Wojtyla consideraba “necesario construir una cultura del trabajo, capaz de llevar a una síntesis las diversas dimensiones del mismo, desde la personal a la económica, a la social”.

“Recordemos por un instante –prosiguió- las observaciones de Juan Pablo II en la Laborem Exercens: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Una invitación a pensar en términos de ecología social del trabajo”.

Este pensamiento se encuentra “también en la encíclica de Benedicto XVI, Caritas in Veritate, que introduce nuevos conceptos y dimensiones como “el desarrollo de la verdad y del amor”.

Y Benedicto XVI indicó que “la crisis económica y financiera podrá ser una oportunidad para un nuevo modelo de desarrollo poniendo en el centro de la persona, su dignidad, responsabilidad, empeño en el trabajo, en la lógica de fraternidad y reciprocidad” porque el centro del problema es que “el mercado tiene que abrirse al hombre para obtener el bien común”.

Monseñor Schiavón concluyó con una invitación a los presentes: “a vosotros la tarea de ser una luz encendida en el mundo del trabajo, en sus fatigas y contradicciones, para así ser sal de la tierra y luz del mundo”.